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El Hardin de las Malas Hierbas, After - Podrás huir...

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Fanart *-*

Hey.

Vuelvo con otro capítulo de esta cosa. Disfrutadlo, o lo que sea.

[Solo quiero dejar claro que me desentiendo de toda responsabilidad por las situaciones surrealistas de este capítulo, ya que son todas idea de la autora. Y, como dicen los entendidos, a situaciones surrealistas, medidas surrealistas].


Capítulo 20

A una manzana de la casa de la fraternidad, las calles están oscuras y silenciosas. Las demás casas de fraternidades no son tan grandes como la de Hardin, pero no me acerco lo suficiente como para asegurarme. Miro constantemente a mi alrededor y me oculto en cuanto oigo algo.

Como ese coche. Juraría que es la quinta vez que pasa por aquí.

Dentro de unos años me reiré al recordarlo, seguro. Mantente positiva, Zarza. No es la primera vez que huyes de una fiesta, pero esta vez nadie te persigue. La mejora es innegable.

Ahora que lo pienso, tendré que poner una denuncia. Hardin conocía al tipo, así que quizás pueda echarme una mano. Otra cosa es que quiera. En fin, siempre puedo poner a parir a Lizzy Bennet para congraciarme un poco con él.

Al cabo de una hora y media de caminar consultando el GPS de mi móvil como una posesa, por fin llego al campus. Aun así, no pienso bajar la guardia hasta que no esté en mi cuarto.

Entro en el 7-Eleven a por un slurpee azul, porque después de una noche como esta me merezco tener la lengua como un chow chow. En cuanto llegue a mi habitación pienso dormir como si no hubiera mañana y encargar una pizza al despertarme. Y luego volver a dormir.

Cuando llego a la puerta de mi cuarto, tengo las manos heladas del slurpee y el cerebro congelado, así que apoyo la cabeza en la puerta mientras me sujeto el tabique de la nariz entre los dedos. Se me pasa un poco y suspiro de alivio cuando giro el pomo.

Casi me da un ataque al corazón cuando veo que Hardin está sentado en mi cama.

—¡Oh, venga ya! —digo medio gritando cuando por fin recupero la compostura.

—¿Dónde estabas? —pregunta—. He estado dando vueltas con el coche intentando encontrarte durante casi dos horas.

Bueno. No estoy tan paranoica como pensaba.

—¿Qué?

—Es que no me parece buena idea que andes por ahí de noche, sola.

Se me escapa una risa como un bufido. Estoy tan cansada.

Hardin me mira con el ceño fruncido, y eso hace que me ría más fuerte aún. Le enseño mi flamante lengua azul y juro que en este momento tiene todo el sentido del mundo hacer una cosa así.

Ha sido una noche tan larga.

—Anda, Hardin, vete a casa. Te lo he dicho, ya sabes lo que pasa con el ala oeste —añado, extendiendo los brazos como para abarcar mi habitación.

Él me mira y se pasa las manos por el pelo, incómodo.

—Zarza, yo... —empieza, pero unos terribles golpes en la puerta y unos gritos interrumpen sus palabras.

—¡Zarza! ¡Zarza Roja, abre la puerta ahora mismo!

Mi madre. Es la loca de mi madre. A las seis de la mañana. Yo no he firmado para esto.

—Éramos pocos… Agh. Dónde está la capa invisible cuando la necesitas—susurro apretándome el slurpee contra la frente. Miro a Hardin y le extiendo el vaso—. ¿Quieres?

Él me mira con expresión divertida.

—Tienes dieciocho años. No le debes ninguna explicación.

—Tú lo sabes, yo lo sé. La verdadera cuestión es… ¿Lo sabe ella?

Gruño con frustración cuando mi madre golpea la puerta otra vez. Hardin se ha cruzado de brazos y adopta una postura desafiante. Yo le doy otro sorbo al slurpee.

Compongo una mirada de odio feroz y abro la puerta. Veo que mi madre no ha venido sola. Noah está a su lado, y decido aquí y ahora que voy a matarlo. Ella parece furiosa, y él parece... ¿preocupado? ¿Dolido? Será imbécil.

—Largo.

Y les cierro la puerta en las narices.

Puedo disfrutar de unos diez segundos de silencio antes de que vuelvan los golpes en la puerta con más fuerza que nunca.

—Permíteme recomendarte un ariete —le grito a mi madre desde dentro de mi cuarto—. Porque va a ser la única forma de que consigas abrir esta puerta.

Hardin me mira desde la cama, con los ojos como platos y la boca entreabierta.

—¡Bienvenido a mi vida perfecta! —exclamo, extendiendo los brazos. Después añado, más seria—: ¿Ves factible que huyamos por la ventana?

Él se asoma, estirando la barbilla. Sonríe un poco.

—Lo dudo.

—Entonces tendremos que resistir —le digo riéndome, las cejas arqueadas.

Los golpes se detienen de repente, y Hardin y yo nos miramos.

—Eso… ha sido más rápido de lo que pensaba —comenta él.

Asiento. Entonces oigo la voz de mi madre al otro lado de la puerta. Suena tensa, como si le estuvieran rechinando los dientes.

—Zarza, haz el favor de abrir. Estamos preocupados.

—No tenéis por qué, estoy perfectamente —replico, sentándome en la cama de Steph­—. Por cierto. La preocupación no hace justificable que intentéis echarme la puerta abajo a las seis de la mañana.

—Zarza, abre la puerta.

—Uhm. No sé, ¿quiere decir eso que vais a empezar a comportaros como personas y no como una multitud con antorchas? —He aprovechado para tumbarme, y saco uno de mis cuadernos de apuntes para ojearlo.

Silencio.

—Sí —responde ella al final. Su voz suena ahogada.

Me levanto. Entreabro la puerta cautelosamente.

—Muy bien, si no es mucha curiosidad… ¿Qué diablos hacéis aquí?—les pregunto despacio, con los dientes apretados, pero mi madre me aparta y va directa hacia Hardin.

What the freaking fuck.

Noah se cuela en silencio en la habitación, dejando que ella vaya primero. Le fulmino con la mirada.

—¿Ésta es la razón por la que no contestabas al teléfono? ¡¿Porque tienes a este... a este... —grita mi madre mientras hace aspavientos con los brazos en su dirección— este macarra tatuado metido en tu habitación a las seis de la mañana?!

Se me escapa una carcajada.

—Cuando una persona no contesta de madrugada suele ser porque está durmiendo —sugiero, con una sonrisa afilada.

Por su parte, Noah se limita a quedarse ahí plantado, mirando mal a Hardin.

Necesito unas cuantas órdenes de alejamiento.

—¡Durmiendo! ¿Crees que no sé lo de las fiestas? ¿Es esto lo que haces en la universidad, jovencita? ¿Pasarte la noche en vela y traer a los chicos a tu habitación? El pobre Noah estaba preocupadísimo por ti, y hemos conducido hasta aquí para sorprenderte relacionándote con estos extraños —dice, y Noah sofoca un grito.

Yo ya no sé si volverme a reír como una salvaje o hacer directamente una locura.

—En realidad, acabo de llegar. Y Zarza no estaba haciendo nada malo —interviene Hardin. Criatura. No tiene ni idea de dónde se está metiendo, pero yo le agradezco la intención.

El rostro de mi madre se vuelve iracundo.

—¿Disculpa? No estaba hablando contigo. Ni siquiera sé qué hace alguien como tú cerca de mi hija.

Hardin absorbe el golpe en silencio y simplemente permanece ahí de pie, mirándola.

—Mamá, eres una maleducada —digo. Doy un sorbo al slurpee. Queda poco y hace ruido. Ah, fina ironía—. Me das hasta vergüenza ajena. Sal ahora mismo de mi cuarto.

Noah me mira, después mira a Hardin, y a continuación me mira a mí de nuevo.

—¡Zarza! Estás descontrolada. Puedo oler el alcohol en tu aliento desde aquí, e imagino que eso ha sido gracias a la influencia de tu encantadora compañera de habitación y de éste—dice mi madre señalándolo con un dedo acusador.

—Y… sigues siendo una maleducada. No quiero tener que repetírtelo. Sal ahora mismo de mi cuarto. Y llévate las antorchas. Y a mi ex —añado, haciendo un gesto con la cabeza hacia Noah.

Mi madre abre la boca y boquea como un pez antes de cerrarla. Frunce los labios y el ceño. Se vuelve hacia Hardin para decirle:

—Joven, ¿te importaría dejarnos a solas un minuto?

Él me mira como preguntándome si estaré bien. Pongo los ojos en blanco.

—Sálvate tú, que puedes.

Hardin me mira entonces con determinación.

—Me quedo —declara.

Oh. Qué conmovedor despliegue de lealtad.

Me quedo observándolo unos segundos. Las cejas fruncidas, la cabeza ladeada. ¿Estará roto?

Mi madre pone el grito en el cielo. Extiende un brazo tembloroso, vuelve a apuntar a Hardin con el dedo. Su voz anuncia terribles calamidades.

—¡Tú! ¡Tú eres el que está pervirtiendo a mi hija! ¡Con tus tatuajes, y esos… esos pelos de loco! Y te niegas a abandonar su cuarto para que pueda salvarla de tus garras. Voy… ¡Voy a llamar a la policía! ¿Me oyes? ¡Macarra! ¡Delincuente!

Ahora que lo dices, sí que es verdad que este tipo se suele negar a abandonar mi cuarto. Eso que tenéis en común.

Hardin se ruboriza. Tiene el ceño fruncido y se levanta de la cama, girando el cuerpo de forma que queda entre mi madre y yo. Al principio parece que no va a responder nada, que se va a limitar a permanecer callado y desafiante entre nosotros, pero entonces abre la boca:

—No he hecho nada malo, y su hija tampoco —dice, con voz lenta y grave. Tiene los ojos clavados en la loca de la colina que es mi madre, y ella resopla, incrédula—. Mire, si ella me lo pide, me voy. Pero es usted la que se ha presentado aquí y ha exigido entrar de malos modos. Es usted la que no ha hecho caso a lo único que le ha pedido Zarza. Creo que es usted la que debería marcharse.

Noah le está mirando con cara agria y los ojos tan entrecerrados que parece una anciana de noventa intentando enhebrar una aguja.

Mi madre parece estar teniendo un ataque de ansiedad.

—Esa… es la cosa… —jadea. Tiene una mano apoyada en el pecho—… más impertinente… que nadie me ha dicho… nunca.

Vaya vil mentira. Ese honor me corresponde a mí, todo el mundo lo sabe. Cómo osas.

—Mamá —intervengo, cruzándome de brazos—. Creo que es mejor que os vayáis.

Y no volváis nunca.

Ella toma aire profundamente y se le pone una voz estridente. Parece que se esté ahogando. Sólo puedo pensar que ojalá sea rápido.

—¿¡Crees que voy a irme sin decirte cuatro cosas!?

La esperanza es lo último que se pierde.

Suspiro y le pongo la mano en el hombro.

—De acuerdo. Pero entonces vayamos a un lugar un poco más privado, porque estamos en la universidad y son las seis de la mañana de un sábado. Vamos a despertar a todo el mundo.

Mi madre niega con la cabeza, como incrédula. Aprieta los labios.

—¿Y de quién es la culpa, Zarza? —me espeta con cara de triste decepción.

Tuya. Maldito cuervo pasivo-agresivo.

—Zarza —musita Hardin, extendiendo un brazo hacia mí. No llega a tocarme, pero mi madre y mi ex miran ese brazo como si fuera una pitón.

—Nos vamos —le explico, como si no hubiera estado presente todo este tiempo—. Creo que es lo mejor.

La cara de perro apaleado que tiene Hardin en estos momentos es como para ponerla en un anuncio de una ONG. Asiente varias veces, como contestando a un pregunta que se ha hecho sí mismo. Parece vulnerable y dolido. Me da hasta pena.

Noah le sonríe con cara de satisfacción. Me da hasta pena no darle una patada.

—Supongo que tendrás que ordenar un poco esto y cambiarte de ropa antes de que nos vayamos—sugiere mi madre acercándose a la puerta, echando un mirada de desdén a su alrededor.

Perra.

—Ah, ya. Claro, supongo —Abro la puerta de par en par para que vayan saliendo de mi cuarto de uno en uno.

Una vez que están todos fuera, cierro y echo el pestillo antes de meterme en la cama sin ni siquiera cambiarme de ropa.

—¡Buenas noches, pringados!

Ah. Pobres ingenuos.

--

Capítulo 21


Por supuesto, era demasiado bonito para ser verdad, y mi madre no se contenta con que la saque de mi cuarto con artimañas. Os lo voy a resumir porque no es agradable: hay gritos, hay golpes y yo sólo consigo dormir una hora durante todo el estruendo. El mundo es un lugar muy cruel.

Algún alma caritativa acaba por llamar a la policía del campus, cuyos agentes se ven obligados a contener a mi madre antes de poder hacerme las preguntas pertinentes. Finalmente, se llevan a Noah y a la loca quién sabe dónde. También me programan, así, motu proprio, una sesión para esa misma semana con una orientadora del campus para hablar de maltrato. Admito que me siento ¿irritada? ¿Sorprendida? ¿Agotada? Algo. Ya que los agentes han tenido el detalle de acercarse, aprovecho para poner una denuncia por el intento de violación de anoche, con la ayuda y el testimonio de Hardin, que, por algún motivo, todavía no se ha ido a su casa. No me voy a quejar demasiado, porque ni siquiera tengo que hablar mal de Elizabeth Bennet para que colabore con el tema de la denuncia, y teniendo en cuenta todo el papeleo y la cantidad de interacciones sociales que tengo acumuladas desde ayer, estoy exhausta y sé apreciar estos pequeños milagros.

Le doy las gracias, un abrazo y media tableta de chocolate a Hardin, porque de verdad creo que necesita ingentes cantidades de refuerzo positivo.

Después le echo de mi cuarto y el resto del día lo dedico a dormir. Gloriosa, ininterrumpidamente.

--

Capítulo 22


El domingo construyo un fuerte de mantas alrededor de mi cama. A mi fiesta pijama invito a cojines, peluches, luces de navidad y extiendo un pase VIP para una tarrina gigante de helado. Me acurruco dentro y llamo a Ortiga por Skype. Me trenzo el pelo, porque está siendo uno de esos días que yo llamo de pestañas blancas y leí una vez que la tristeza hay que trenzarla. Sólo salgo de mi nido para pagar al repartidor de pizza.

El lunes Landon vuelve a sentarse a mi lado en clase, pero parece que Hardin no va a aparecer y yo le doy gracias al cielo, porque el descanso del domingo me ha sabido a poco.

El profesor habla de Orgullo y prejuicio durante toda la hora, refiriéndose a él como “un libro mágico que todo el mundo debería leerse”. Si pongo los ojos más en blanco se me saldrán disparados por la nuca.

Al salir de clase oigo una voz junto a mí que dice:

—Hoy llevas una trenza, Zarza.

—Qué curioso. No lo había notado.

Por cierto, es Hardin (por algún motivo está sonriendo). Los milagros son efímeros y esquivos, después de todo.

Landon y él se dedican a mirarse mal durante unos segundos y yo, a ignorarles con mucha habilidad.

—¿Qué tal el fin de semana? —me pregunta Hardin.

Me encojo de hombros. Me apetece encerrarme en mi cuarto y pintar alpacas con bufanda.

—Meehhh.

Hay mucha gente a nuestro alrededor, y cuando me quiero dar cuenta una de mis dos lapas personales ha desaparecido. En concreto, la de los tatuajes. No es que me queje.

Frunzo el ceño. Hay demasiada gente.

—Al menos no tienes que verlo mucho —comenta Landon.

¿Eh?

—¿A Hardin?

Si tú supieras.

De pronto se detiene, y la corriente de gente empieza a empujarnos desde todas partes.

—No iba a decirte nada porque no quería que me asociases con él, pero —sonríe algo nervioso— el padre de Hardin está saliendo con mi madre.

—Anda, creía que era inglés. No sabía que su padre vivía aquí.

Landon parece incómodo, y reanuda el paso.

—Sí, es de Londres; su padre y mi madre viven cerca del campus, pero Hardin y su padre no tienen una buena relación. Así que, por favor, no le cuentes nada de esto. Ya nos llevamos bastante mal de por sí.

—Oh. Si va a suponer un problema, quizás no deberías habérmelo dicho.

Él aprieta los labios, pero no dice nada.

Cuando por fin llego a mi cuarto, me pongo la alarma del móvil para dentro de veinte minutos y me echo a dormir. No han pasado ni cinco antes de que alguien llame a la puerta. Dios, quién osa. Odio, ooooodio que me despierten. Bufo, y espero que la persona que esté fuera me oiga y me tema. Si es Steph, la voy a matar. Supongo que se le habrá olvidado la llave, pero la voy a matar igual.

Sólo que no es ella. Es Hardin.

—¿Puedo pasar?

Oh, esto es nuevo.

—No.

Hardin se muerde los labios, pero permanece quieto en el umbral. Agh, cielos.

—Está bien, pasa. Pero Steph aún no ha vuelto —digo, y vuelvo a la cama dejando la puerta abierta.

Me sorprende que se haya molestado en llamar, porque sé que Steph le dio una llave por si ella se la dejaba. Tendré que hablar con mi compañera de cuarto al respecto.

—Puedo esperar —dice, y se deja caer sobre la otra cama.

—Como quieras —gruño, y paso por alto su risita mientras me cubro con la manta y cierro los ojos.

No voy a dormirme sabiendo que Hardin está en mi habitación, pero no me apetece hablar con nadie. Al menos esa es mi intención. Sin embargo, para cuando suena la alarma del móvil ya me he quedado amodorrada. Lo odio todo.

—¿Vas a alguna parte? —pregunta él.

—No, quería descansar veinte minutos —le digo, y me incorporo.

—¿Te pones la alarma para asegurarte de que sólo te echas veinte minutos de siesta? —dice en tono divertido.

—Sí —Cojo mis libros y apilo los apuntes correspondientes encima de cada uno de ellos. Este es mi orden de toda la semana.

—¿Tienes un trastorno obsesivo-compulsivo o algo así?

Sí, justo.

—No, lo que tengo es una media de siesta de seis horas. Si no me pongo el despertador seguiré durmiendo hasta la noche, o hasta mañana —le contesto, encogiéndome de hombros.

Y, por supuesto, él se echa a reír. Veo por el rabillo del ojo que se levanta de la cama.

Se coloca delante de mí, mirando hacia el lugar donde yo estoy sentada sobre mi cama. Coge mis apuntes de literatura y les da la vuelta un par de veces, exagerando como si estuviera ante un extraño artefacto. Intento cogerlos pero, como el capullo irritante que es, levanta más el brazo, de modo que me pongo en pie para quitárselos. Entonces, Hardin los suelta en el aire y éstos caen al suelo desordenados.

Me quedo mirándolo con los ojos de susto que pone el dinosaurio de Google cuando se choca con un cactus.

Y habíamos empezado tan bien hoy.

—Te voy a partir las putas piernas —me oigo decir.

Él me mira con una sonrisa maliciosa y dice:

—Vale, vale. Ya los recojo.

Pero a continuación coge mis apuntes de sociología y hace lo mismo con ellos.

Veo que se acerca al siguiente montón. Y le placo.

Rodamos por el suelo como dos arañas patilargas a las que cortan el hilo, todo codos y rodillas. Hardin se da un golpe en la cabeza contra la pata de la cama de Steph. Y me alegro.

—¡Estás enfermo! Estás tan malditamente roto que ni siquiera sabes cuándo parar —le espeto, clavándole el antebrazo en la garganta para inmovilizarlo—. ¡Odio ordenar! ¡Lo odio con toda mi alma, capullo! Y tú odias que toquen tus cosas, así que explícame por qué tienes la necesidad patológica de hacer conmigo todo aquello que odias.

Sólo quiero estar sola durante una semana. ¿Es tanto pedir?

No estoy llevando esto como me gustaría. En absoluto. No estoy diciendo que pelearme con este cretino no tenga cierto punto de satisfacción, porque sería mentira. Es muy liberador. Sólo digo que no lo estoy llevando con demasiada elegancia. Si pudiera volver atrás creo simplemente arquearía las cejas y le diría con voz mortalmente seria: ¿Has terminado? Me alegro. Ahora largo de mi habitación.

Y no le volvería dirigir la palabra. Porque este tipo está claramente loco.

La cuestión es que, mientras sueño despierta con lo que pudo haber sido, Hardin se las ha apañado para volver las tornas y me sujeta las muñecas contra el suelo.

—¡No soy el único! Tú entraste el otro día en mi habitación, a pesar de todo eso que dijiste sobre los límites, y sobre ser consecuentes con nuestros actos —me grita.

—¡Ni siquiera me había dado cuenta de que era tu habitación! ¡Pon un cartel o algo!

De pronto me doy cuenta de que ha dejado de gritar y me está mirando raro. Como si estuviera a punto de desplomarse contra el suelo. Los ojos lánguidos, y la boca laxa. Esto no tiene buena pinta.

—Pero tienes razón —rectifico rápidamente. ¿Podría desequilibrarle si inclinara la cadera? Ya casi no recuerdo mis clases de judo—. No estuvo bien y te dije que lo sentía. Ahora suéltame, pídeme perdón y ordena mis apuntes.

Intento girar el cuerpo y me doy cuenta de que el pecho del tipo este se agita como un fuelle, y de que tengo su cara cada vez más cerca.

Oh, oh. Esto cada vez pinta peor.

Hardin está tan pegado a mí que para mirarlo tengo que ponerme bizca, pero eso no me detiene. De hecho, espero que le detenga a él.

—Oye…

No me da tiempo a decir nada más antes de que me bese como haciendo vacío, como si tuviera una ventosa gigante de pulpo en la boca. Ni siquiera puedo hablar. Supongo que visto desde fuera debe de parecerse al anuncio aquel de Royal en el que el niño se come la gelatina directamente del plato.

A lo mejor es el vodka hablando por mí, pero el del otro día estuvo mejor.

Empiezo a estar un poco harta de todo esto. De cría les daba la vuelta a la cabeza a los cefalópodos y los atizaba contra las rocas para que estuvieran menos duros al comer, no me quedaba tomando el sol mientras me pegaban los tentáculos. Yo diría que es hora de volver a las viejas costumbres.

Como si me hubiera leído el pensamiento, Hardin se separa de mí. Yuju.

Y entonces dice:

—Eres muy sexy, Zarza.

Ostrás.

Ostras, por lo que más quieras, no te rías. No te rías, que te estoy viendo. Y él también. Recuerda que es un loco peligroso.

¿La gente de verdad dice estas cosas? ¿Con cara seria? Jamás me había pasado, y era más feliz antes de que me ocurriera.

De pronto se oye girar el pomo de la puerta y Steph entra por ella. Se detiene de golpe al vernos a Hardin y a mí en el suelo.

Cuando asimila la escena que tiene delante, su boca forma una «O» enorme.

Sé que tengo las mejillas coloradas de puro cabreo.

—¿Qué coño me he perdido? —espeta mirándonos a los dos con una enorme sonrisa. Tiene pinta de estar a punto de hacernos la ola.

—Ni idea, pero cuando te enteres ponme al día —sugiero. Me vuelvo hacia Hardin—. Y tú empieza a ordenar de una vez mis apuntes si no quieres tener un conocimiento íntimo y cercano de mi rodilla.

Él se levanta de un salto.

Así me gusta.

Mira a Steph y luego a mí. Tiene las manos como si no supiera qué hacer con ellas. Amontona caóticamente los papeles y los deja sobre mi cama. Sale de forma abrupta sin decir adiós.

Lo voy a matar.

Y además sin remordimientos, porque después de su salida dramática Steph se dedica a contarme pormenorizadamente las idas y venidas de Hardin como terror de las nenas. Y, por supuesto, a advertirme de que no me cuelgue por él porque me va a romper el corazón. Me da la sensación de que sabe algo que yo no sé.

--

Capítulo 23


Hoy, martes, es el último día que hablaremos de Orgullo y prejuicio en clase, o eso nos ha asegurado el profesor. Siento que esta noticia hace el día bastante prometedor.

Para celebrarlo, nuestro profesor propone un profundo debate.

—Espero que hayan disfrutado de esta gran novela y, puesto que todos han leído el final, creo conveniente dedicar el debate de hoy al uso de la anticipación de Austen. Díganme, como lectores, ¿esperaban que Darcy y ella acabasen siendo pareja al final?

Varias personas murmuran, y se ponen a rebuscar en sus libros como si éstos fuesen a proporcionarles una respuesta inmediata, pero sólo Landon levanta la mano, como siempre.

—Señorita Zarza Roja —me da la palabra el profesor, sonriente.

La mano en el aire pertenece al tipo que tengo al lado. Yo no me he ofrecido a hablar. Yo estaba muy feliz pintarrajeando en los márgenes de mis tristes apuntes desordenados.

—Me parece que estaba bastante claro que eso era lo que iba a suceder —respondo, cruzándome de brazos.

Landon frunce el ceño ante mi respuesta, y yo sonrío.

—¡Exacto! —dice entonces una voz interrumpiendo el silencio. El espontáneo es Hardin, y hay algo extraño en su tono. Si tuviera que describirlo diría que es una especie de arista metálica. No creo que lo que estoy pensando tenga mucho sentido.

—¿Señor Scott? ¿Le gustaría añadir algo? —pregunta el profesor, claramente sorprendido ante su participación.

—Claro. Las mujeres desean lo que no pueden tener. La actitud grosera del señor Darcy es lo que hace que Elizabeth se sienta atraída hacia él, de modo que era evidente que acabarían juntos —dice Hardin, y empieza a limpiarse las uñas como si este debate no le interesara lo más mínimo.

¿Así que cuando Hardincillo está siendo un capullo es solo su manera de ligar? Preocupante información.

Por otro lado, este muchacho realmente le tiene una manía descontrolada al personaje de Lizzy. Es casi peor que Ortiga con las wannabes.

—No creo que eso sea cierto —intervengo, pensativa. La verdad es que no me he vuelto a leer el libro para clase y estoy tirando un poco de memoria­—. Para empezar, los momentos de la novela en los que el personaje de Elizabeth siente rechazo por Darcy coinciden cuando este se está comportando de una manera que a ella no le parece apropiada. Y sólo cuando él le ofrece explicaciones y ayuda con la fuga de su hermana empieza ella a considerarlo una opción. Ni siquiera me atrevería a decir que Darcy es maleducado: el comentario que hace sobre Elizabeth en el baile era una opinión privada, y los comentarios sobre la familia de ella son bastante acertados. Simplemente parece una persona un poco torpe, socialmente hablando.

Hardin exhala.

—No sé con qué clase de tíos te has relacionado, pero opino que, si él la amara, no habría sido mezquino con ella. O torpe, o lo que quieras. La única razón por la que acabó pidiendo su mano en matrimonio fue porque ella no paraba de lanzarse a sus brazos —responde con énfasis.

Se me escapa una carcajada.

—¿En qué universo? —¿Será Orgullo y prejuicio un libro diferente en esta historia? Es una duda legítima—. Ella le rechaza de una forma bastante tajante. Es él el que suele moverse para buscarla.

Hardin está rojo de furia, y entiendo que la literatura victoriana debe de ser un tema delicado para él, por algún motivo. Pero yo aun así estoy alucinando.

—¿Qué? Léetelo otra vez, ella es..., quiero decir, que ella estaba tan aburrida con su vida que tenía que buscar emociones en alguna parte, de modo que sí, ¡se lanzaba a sus brazos! ¡Si no, no habría ido a su habitación!—grita en respuesta, agarrándose al pupitre con fuerza.

Espera un momento. No estamos hablando de Orgullo y prejuicio, ¿verdad?

En cuanto esas palabras abandonan la boca de Hardin sé que el resto de la clase también se ha dado cuenta, y empiezan a oírse risitas y gritos sofocados de sorpresa.

—A su casa. Quiero decir que fue a verle a su casa. A Pemberley —intenta rectificar Hardin.

—Bien, es una discusión muy agitada. Creo que ya hemos hablado suficientemente del tema por hoy... —empieza a decir el profesor, pero yo cojo mi bolsa y salgo del aula.

¿Qué narices acaba de pasar?

Desde alguna parte por detrás de mí en los pasillos, oigo la voz furiosa de Hardin, chillando:

—¡No vas a huir esta vez, Zarza!

Uy, que no. En cualquier caso… Hora de poner pies en polvorosa.

En ese momento una mano intenta agarrarme del brazo, pero me suelto de un tirón.

Echo a correr, esta vez con todas mis fuerzas, como corro cuando estoy en el bosque. Consigo darle esquinazo en otro de los edificios de clases y me meto en un aula que no es la mía. La profesora me mira raro, pero la ignoro. Con el móvil por debajo de la mesa me dedico a teclear furiosamente para mandarle un mensaje a Ortiga y sacarme unos billetes de autobús para esta misma tarde.

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Y fin, por ahora.

En este libro todo el mundo está como un cencerro, y yo no voy a ser menos :D



No os quiere,

Z.




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